jueves, 7 de marzo de 2013

DE DONDE NACE LA AGRESIVIDAD

Paranoia proviene del griego  para, fuera, y nous; que significa mente/conocimiento. Por esta razón, cuando decimos que alguien es "paranoico", estamos catalogándolo de ser un "perseguido", de poner fuera de su ser, el conocimiento que sólo podría tener dentro de sí mismo; generando para sí y para los demás, una relación de tipo persecutoria, en donde un sujeto que no es yo, sabe, conoce, o adivina aquello que yo pienso, o siento, o tengo intenciones de hacer. Si bien solemos creer que este es un rasgo que poseen solo las personas alienadas, desconocemos que el centro de nuestra identidad, -o al menos eso que creemos centro y a lo que denominamos YO-, es en esencia paranoico, -incluso cuando evitemos nombrar la palabra YO-, recurso muy común para intentar no parecer egocéntrico, o que nos devuelvan la imagen de tal.
Nuestra identidad entonces se forma a través de espejos: los parentales en primer lugar, y todas las figuras que vendrán detrás de las primeras; adjudicándonos primero un nombre, y luego las descripciones personales que conformarán aquello con lo que luego nos identificaremos, -parecidos a papá, a mamá, a la tía, al abuelo, etc.;  rasgos, adjetivos calificativos y des-calificativos, etc, etc., etc.-.  A todos nos es común ir a mirar al espejo cuando queremos VERNOS; es decir que precisamos de algo o alguien externo, que nos devuelva una imagen afín a nuestro sentimiento interno de ser quienes somos; siendo este hecho algo notablemente paranoico.
Lo más interesante de esto, es que no todo el mundo llega a vovlerse un alienado mental; pero el solo hecho de poseer un YO/sentimiento de IDENTIDAD, -tal como la mayoría de los llamados normales poseemos-, implica que nuestras definiciones acerca de quienes somos, parten desde el afuera.
Por otra parte, cuando entre estas definiciones externas y las que hemos fabricado en forma interna, se genera alguna diferencia, aparece la AGRESIÓN como única respuesta. Cuando el espejo/otro, no nos devuelve la imagen que deseamos; procedemos a atacarlo,  y es así como se desenvuelven la mayoría de los problemas en las relaciones yo-tú. Si alguien acierta a endilgarnos una conducta, un rasgo, un carácter o cualquier adjetivo que remita a los des-calificados que hemos acumulado; la reacción será normalmente la de atacar al espejo/otro. Gráficamente, sería como estar con nuestro mejor traje, y al pararnos frente al espejo, ver al monstruo más horrendo que podamos ver. Lo habitual es tirar una piedra al vidrio horrorizados por nuestra imagen, aunque mucho más lógico es ir a buscar que parte de nosotros se sintió tan identificada y por ello tan dañada, como para discernir si el problema es en verdad el otro que está ahí fuera, o el que vive dentro de nosotros. 

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