sábado, 23 de marzo de 2013

TRISTES, DEPRIMIDOS, TAL VEZ DORMIDOS - Por Gabriela Borraccetti

Solemos escuchar mucho más seguido que años atrás, la famosa frase "estoy deprimid@". Quizá gracias a una banalización, comenzamos a ponernos etiquetas que tienen un peso atroz sobre nuestra alma, y sin saber, vamos cargando ese peso, repitiéndonos una y mil veces un error disfrazado de verdad.
Estar deprimido, no es lo mismo que estar triste, ni angustiado; dado que es muy común que el depresivo no manifieste tristeza, pero sí presente como síntoma principal, una total falta de interés en el mundo que lo lleva a recluirse, a no poder trabajar, y a perder todo atisbo de disfrute de la vida cotidiana. En estas instancias, quien padezca de tal dolor psíquico, no encuentra sentido a un mundo que se le pinta de gris, siendo el silencio, -que es lo más parecido a la muerte-, el centro de su corazón.
Con todos estos ingredientes, sabremos reconocer que ante hechos como la muerte, la pérdida de seres queridos, -hijos, pareja, padres-, el presenciar accidentes, asesinatos, o hechos que contengan componentes catastróficos imposibles de remediar; no será correcto hablar de depresión, sino de un estado de duelo; aquello que por otro lado es una reacción normal ante una pérdida; siendo patológico en cambio, encontrarse como si nada hubiese pasado, siguiendo un curso de vida normal ante algo que ya no tiene solución ni retorno. En este punto es necesario reconocer, que en líneas generales,  estamos algo más "inmunizados" al dolor, gracias a lo reiterado de su presencia en el día a día.
Los bordes diagnósticos son difíciles de comprender, y para el caso, no nos ayuda mucho conocer cual es la mejor etiqueta para cada ocasión. Sin embargo, estaría muy bien poder quitar de nuestra mente, la costumbre de llamar "depresión" a todo estado de tristeza, de agobio o de ansiedad; tomando como solución a las famosas pastillitas que hábilmente la industria farmacéutica, nos vende para "adormirlar"  aquello dentro nuestro pretende ser escuchado. Gracias a la postura comercial de las empresas que facturan más cuando estamos sometidos a grandes preocupaciones y a un clima violento, hemos aprendido el error de creer que el problema está en nosotros si no somos capaces de resistir el diario vivir en un mundo que ojalá, se pareciera a una jungla.
Dijo Freud  : La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas; y puede ser este el mayor problema que atravesamos como sociedad: nos falta interés por el prójimo, solidaridad activa, y empatía; dado que estamos demasiado ocupados en sobrevivir, y sometidos a un esquema que hace del bienestar, una quimera. Instalados en un sistema que coloca al utilitarismo como su dios; las relaciones se someten a un proceso de deshumanización que deja expuesto, -aunque incosnciente-, un dolor psíquico imposible de sobrellevar día a día, como si nada estuviera sucediendo. Los niños en las escuelas,  los adultos en el trabajo, y todo el mundo en la calle; somos víctimas de una violencia que no sólo se da a punta de pistola; sino que cuelga como la amenaza de ser prescindibles laboral, social y humanamente; generando todo esto un cuadro que, lejos de ser una excepción, está pasando a formar parte de una escala de valores que en definitiva, apunta a que sobreviva el que menos se preocupe por los demás.
En fin; quizá debamos reconocer que más que deprimidos, estamos en camino de hacer de la tristeza, el miedo, el dolor, la indiferencia, y la preocupación pasiva, nuestro estilo de vida; y que la forma de cambiar la dirección en la que estamos yendo, es primeramente, abrir los ojos ante las recetas facilistas que nos venden quienes manejan el poder.  El consumo, -de pastillas, de bienes, o de cualquier cosa que se nos ofrezca como panacea para ser feliz-, es simplemente un cuento que nos distrae de lo humano, lo sensible y lo amoroso; y que no podremos cultivar si seguimos como autómatas, tomando píldoras, o vacaciones de diez días, para tolerar 360 de infelicidad.
Mientras tanto, la voz interior que seguimos intentando desoir, nos dice: "No eres un objeto, sino un creador dormido"; ... y esa es nuestra mayor tristeza.

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