viernes, 22 de marzo de 2013

LA GENTE DESCARTABLE - Por Gabriela Borraccetti

La palabra responsabilidad significa la capacidad de dar respuestas ante la vida, no obstante, se la suele asociar con lo que pesa, duele, limita y constriñe porque al parecer, es ella la vía regia por la cual sorteamos los obstáculos que nos llevan a arribar a algún tipo de meta.

Con ello, la vida nos alecciona para que comprendamos que los logros, no están ligados a la suerte sino al trabajo y que la dificultad que padecemos desde que comenzamos a dar los primeros pasos hacia el objetivo planteado hasta culminar en el logro, suele estar en relación directa con  los merecimientos obtenidos una vez plantada la bandera en la cumbre.

Habiendo demostrado que las ganas de llegar son más fuertes que cualquier tipo de tropiezo, traba o piedra,  la experiencia suele provenir de un mérito personal basado en la determinación de vencer los obstáculos para transformarlos en posibilidades y la adquisición de la misma, nos enseña que nada es un camino llano y liso hacia el éxito, sino que es requisito estar dispuesto a dedicarle un buen tiempo de aprendizaje para merecer el titulo de "experto".

No obstante, a juzgar por lo visto y vivido en estos tiempos,  la palabra experiencia ha quedado cubierta por el  moho de lo que se desdeña y se devalúa y aunque a muchos haya perjudicado en su momento, -y hasta la actualidad-, hemos asistido a su entierro mientras era suplantada por lo que aprendimos a denominar  como facilismo, arribismo, y todos esos adjetivos que hablan de una total falta de dedicación.

Por la década del 90, -y en nombre de la modernidad y el crecimiento-; se eliminó de la población laboral activa, a todo mayor de treinta y algo, que a partir de ese momento, pasaría a ser para el mundo del trabajo simplemente un "viejo". La situación empeoraba si además, dicho "viejo" osaba tener un título profesional, dado que su "ambición", no lo calificaba para ser pisoteado como una rata del albañal por un muchacho joven e inexperto, con el título de gerente, CEO, o cualquiera de esos nombres largos y rimbombantes que incluso en los restaurantes, suplieron a la simple y nada elaborada ensalada de lechuga, por algo de nombre más llamativo.

Un jovencito, comenzaba  a ser gerente, -y no jefe-, de algún departamento, se subía de categoría a la común y cotidiana ensalada, llamándola  "fino colchón de hojas verdes".

En tan solo unos años, y junto con los requisitos que antaño se pedían como credencial de capacidad, -entre ellos la edad suficiente-, desaparecieron los currículums, siendo lo más valorado a partir de entonces, lo que se convino llamar "flexibilidad",  palabra que, traducida al castellano y la práctica, remitía a la posibilidad de rotar de trabajo tanto como fuera posible, y que obviamente describía una situación que sólo podía sostener alguien lo suficientemente joven, exento de grandes obligaciones, libre de cargas familiares, y cuyo mayor perjuicio radicara en, -a lo sumo-, no salir un fin de semana o no poder comprar un litro de cerveza.

Lamentablemente la situación no se detuvo allí, y gracias a la exclusión masiva de mano experta, se generalizó la creencia de que lo necesario para llegar a algún lugar de importancia, radica en el escándalo, el sálvese quien pueda, el consumo,  la ley del menor esfuerzo, los títulos express, la cultura de lo "fast", lo "easy", lo "light", y lo "quick", que lleva a adquirir por vía rápida, aquello para lo que antes,  había que invertir tiempo y algún esfuerzo.

Mientras los funcionarios nos roban con factura, y los vagos lo hacen a punta de pistola,  nos repetimos a cada paso que "las cosas son así",  perdiendo de vista que donde no hay responsables, no hay justicia; y donde no hay justicia, sólo existe el sálvese quien pueda. Y si cada uno tira para su lado, ¿que será de la amistad, de la palabra, de la solidaridad y de todos los valores que tienen que ver con el tejido social?. En fin, como veremos, en el fondo, estamos enfermos de algo cuyo remedio tiene que ver con lo que hoy simplemente llamamos "viejo", y que junto con nuestros mayores, arrumbamos en un asilo porque todo, incluso la gente, se ha vuelto descartable. 

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