jueves, 31 de enero de 2013

EL DIOS DEL ENTUSIASMO


Para avanzar y sentir plenitud en la vida, precisamos del entusiasmo; esa exaltación que parece provenir de un lugar desconocido; y que muchas veces sobreviene sin motivos aparentes. Y es quizá, que la raíz de la palabra "entusiasmo", significa "llevar un dios por dentro"; ese que no sabe de ateísmos; que puede llevar cualquier nombre; y que nos permite creer, entregarnos y avanzar; sin quedarnos atascados en lo tenebroso, lo lúgubre y lo tortuoso de la vida.
Sin embargo, la pérdida de esa "llama" que nos hace de motor espiritual, puedo muchas veces quedar enterrada bajo una maraña de "pensamientos", dejando demasiado relegado aquello de sentirnos especiales, importantes, y hasta incluso creadores de nuestras propias circunstancias.
Todos los mensajes negativos que nos han dado como parte de nuestro aprendizaje, -incluso sin ninguna intención de hacernos daño-, han logrado en muchos casos suplantar esta fe  por el desánimo; y quienes hayan sido des-calificados desde temprano, son quienes más padecen del síndrome del "no puedo", dicho casi siempre antes de emprender la acción.
No importa cuanto amor o desamor haya existido o exista en el vínculo con los progenitores; lo cierto es que siempre, sus calificaciones, ocuparán en nuestro psiquismo un lugar de "palabra autorizada"; y de hecho, no es difícil detectar que las definiciones que hacemos de nosotros mismos, giran en torno de aquellos rótulos, -negados o no-, con los que nos han calificado desde pequeños.
Es natural que sus palabras, se inscriban en nuestra psique como "sagradas"; como así también, es natural que la omnipotencia natural de un niño, -quien viene al mundo convencido de poderlo todo-, se apague a medida que va creciendo. No obstante, una vez que nos hacemos adultos, es necesario dejar de lado el peso exorbitante con el que muchas veces, y sin darnos cuenta, nos hemos encadenado a la frustración, gracias a creer que somos eso que siempre nos habían dicho. Entre la omnipotencia infantil y la decepción de nosotros mismos, está el sano lugar del entusiasmo, ese dios que vive sin rendir cuentas a nadie y sin bandera, y que hace que el Universo, conspire a nuestro favor, porque se trata denuestra esencia, de nuestra fé en nosotros, y que debe seguir vivo aún cuando sus lecciones sean algo duras de aceptar.
ela Borraccetti
Psicóloga Clínica

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