viernes, 1 de febrero de 2013

ESPÍRITU VERSUS MATERIA: INTENTANDO NEGAR LA NATURALEZA






Escribe: Gabriela Borraccetti


Todos somos seres espirituales, dado que todos participamos de la misma naturaleza. Los hombres que se ocupan de administrar la materia, incluyendo a los banqueros, a los que usufructúan con el dinero de otros, a los que trabajan en las bolsas de comercio, aunque sean el foco más fácil de denostar en ese sentido, participan de la común unión con un todo mayor; en el plano espiritual. Sin embargo, la visión que poseemos todos y sin excepción, -sólo que con una diferencia de grado-, es dual, ya que la dualidad nos habita y nos constituye más claramente, desde el momento en que asomamos la cabeza al mundo y se nos percibe separados de nuestras madres. Es por dicha polaridad que, mientras creemos ser plenamente conscientes de nuestro sí mismo, alcanzamos indefectiblemente a conocer sólo una parte de nuestra totalidad.
Antes de nacer, y durante los 9 meses de gestación, nos encontramos en un útero, sin nombre, sin documento de identidad, sin ser conscientes del tiempo ni del espacio que ocupamos. El mundo, por ese tiempo, es una gran masa amorfa, y de ese todo a su vez emana música y vibran emociones sin definición ni cualidad. No existen los adjetivos de lo agresivo, lo lindo, lo amoroso, lo feo, y menos aún, lo malo y lo bueno ni espíritu y materia. Toda categoría divisoria, todo criterio y razón, están ausentes y la batuta la ondea un maestro invisible, ya que la única conciencia que nos asiste, es la que portan los genes que a su vez son una fracción de nuestros progenitores; siendo ese, un mundo inmerso en un caos del cual simplemente participamos y formamos parte, sin consciencia de fraccionamiento, distinciones ni divisiones. Con el transcurso de los meses, y aún dentro del vientre materno, la nueva célula que somos, formada de otras células, comienza a su vez, a diferenciar sus partes entre sí mediante un proceso madurativo; de lo que puede deducirse que, el efecto del paso del tiempo, es ir modificando y delimitando las características que nos harán visiblemente únicos. Sin este proceso de crecimiento y ajustes, sufrimos las primeras divisiones dentro de nuestro organismo; y por lo tanto, ya podemos deducir que nada se crea si el Todo se mantiene inalterable: la nueva creación es un proceso de distinciones, delimitaciones y divisiones, que hace que más tarde podamos sentirnos únicos, y con una fórmula singular en esa mezcla de genes y cromosomas que a pesar de haber heredado, se han recombinado para ser irrepetibles y plenamente identificables incluso desde lo químico .
Si bien se ha comprobado que antes de nacer tenemos la posibilidad de escuchar música, captar la entonación de las palabras, e incluso percibir emociones; al no poder poner nombres para establecer diferencias entre un sonido y una emoción, no existe posibilidad de hacer distingos entre lo que es "Yo" y lo que es "no Yo". Es decir, aún no hay un ego desde el cual separar "adentro" de "afuera"; y por lo tanto -y mientras dura el proceso-, la música percibida es YO, las entonaciones de las frases, son "YO", mamá es "YO" al igual que papá, el tío, el gato y todo lo que nos llegue a partir del rudimento o forma inicial e incompleta de los sentidos; que a posteriori, serán las antenas a través de las que percibiremos la información que nos llegue desde el mundo, cuyo primer representante, será mamá , la puerta de entrada al mundo terrestre.
Retomando el tiempo de gestación, y cuando ya hemos crecido lo suficiente y alcanzado el momento en el cual se nos hace imperioso respirar con nuestros pulmones, hacemos nuestro arribo a un plano en donde el espacio circundante se hace cognoscible desde lo palpable, lo chupable..., y todo mantiene esa cualidad aún sin distingos definitivos. De hecho, desconocemos todavía la mayor diferencia entre lo permitido y lo prohibido. Es una realidad que pasamos un tiempo considerable, hasta distinguir que no podemos ni debemos, tocar el fuego, llevarnos un alfiler, un botón o un gusano a la boca, a las orejas o a la nariz, lugares por los cuales, vamos construyendo un esquema del mundo en el que vivimos. Estas sucesivas transiciones, este primero contacto con el / lo otro, lo llevamos a cabo con nuestros primeros y básicos distintivos personales. Somos en este tiempo una estructura primordial, sobre la cual el tiempo escribirá y seguirá trazando, un camino que en forma de espiral, habremos de recorrer, hasta volver a subir un escalón y comenzar nuevamente otra espiral ascencional que llega a su punto de máxima estructuración y disolverse en el mar de la totalidad. Durante el lapso que dure este trayecto, se nos van afinando en las sucesivas etapas, los rasgos individuales a fuerza de "ajustes" y límites (tal como ya los vivimos en el útero), que; según los acomodemos a nuestra particular percepción y concepto acerca de nosotros y de la vida, pasarán a formar parte de nuestro mundo interno, dejando siempre afuera, (como lo hicimos sin saber desde nuestra gestación), aquello que no sea un factor preponderante en nosotros; pues, estamos compuestos por los genes que al momento de la concepción, fueron dominantes en desmedro de aquellos denominados recesivos. Sin embargo, estos no desaparecieron, pasando a formar parte de una "reserva" que aunque no nos caracteriza en forma manifesta, se encuentra conjugada en forma potencial dentro de nuestro ser. Es así como algunas cualidades quedaron en "negativo" dentro de nuestra fórmula de herencia; predominando determinados signos que constituirán la propia mismidad; y que en un principio nos hacen visibles e identificables por el color del pelo; los ojos; la piel, etc. Por ende, en el transcurso del camino de la vida, vamos dejando en el camino, -y del lado de afuera-, todo aquello que permanece a nuestros ojos, indiferenciado, no estructurado, no definido, no aceptado ni comprendido. Todo aquello a lo cual no podemos definir, metabolizar e incorporar, no nos es posible sumarlo a lo que intentamos definir como "nuestro": la personalidad, el carácter, el self, la mismidad y todo lo que hace referencia a la unicidad del ser humano, incluyendo al ego. En la medida en que vamos transitando paso a paso el camino hacia la cumbre, vamos obteniendo mayor definición junto con la máxima sujeción a la materia, motivo por el cual, definimos un rol social que adviene con un catálogo de responsabilidades para con los demás en general. Lo que en un primer momento fué sujeción a una célula primaria, ahora se establece con la sociedad toda.
Paralelamente y como el aparato psíquico no es algo independiente del organismo, igual que el cuerpo, sufre divisiones sucesivas cuando se hace posible la utilización de la palabra. Vamos siendo cada día más capaces de pronunciar un "YO", y en la medida en que esto sucede, se establece un espacio de alteridad distinto a la mismidad. Este YO, que tiene como antecedente el nombre que nos distingue, ahora nos da el poder de nombrarnos como ego separado del resto, indica que, a pesar de estar heredando una lengua, (mamá es la que nos instruye al respecto y brinda las significaciones primeras); estamos creando un espacio por medio del cual, tomar una distancia y una perspectiva única, mediante la que iremos definiendo una identidad. Las palabra YO, MÍO, etc.; se hacen posibles a partir de la pronunciación del primer "NO". Quizá sea significativo que lo primero que uno deba aprender para marcar una identidad, se base en esta palabra. Sin embargo, es letra para otro artículo y sólo va de referencia. Este "NO" fundacional, hace posible que más tarde podamos dirigirnos a un otro y tener un diálogo. De lo contrario, nuestro crecimiento se haría en medio de un sentimiento de alienación, en donde no distinguiríamos un "aquí dentro" de un "allí afuera", y es lo que comunmente definimos como "locura". A la hora de elegir entre un ego rígido y un loco, quizá nos quedemos dudando. Pero siempre hay grises en el medio, que son muchos más aptos para no perdernos y poder aprender. Los dos extremos hacen imposible un aprendizaje, y como siempre, por debajo, se terminan pareciendo más de lo que se supone.
Es por todo lo antedicho, que la paradoja constante de la vida, se debate en la polaridad. Lo que padece el cuerpo como división, se refleja a su vez en las emociones, en el espíritu y en el plano mental, entre la consciencia y la inconsciencia, esa parte nuestra a la que no se puede acceder, si no es por la vía de los símbolos: en los chistes, actos fallidos y sueños, que son productos "derivados" de la actividad del sótano de nuestra mente. El discurso es otra forma de llegar a él, tanto uno se ocupe con especial interés, cuidado y conocimiento para abrir esa caja de Pandora a la que se debe tratar primeramente con mucho respeto. Lamentablemente, en los últimos tiempos observo que se está utlizando como forma de demostrar conocimiento o de devolver una agresión, la palabra proyección; y si bien pueden existir realidades que podamos ver más claramente en el otro (sobre todo cuando son contenidos que hemos tildado de malos, sucios, inservibles..., es decir NO YO), no siempre quiere decir que nosotros estemos eximidos de dicha realidad; aún cuando los tratemos de simples proyecciones por parte del que en ese momento es "nuestro competidor". Entonces, el mal uso de una herramienta, en un contexto que no está preparado para la toma de consciencia sino para el combate, pierde su efectividad y simplemente sirve de arma. Por otra parte, el significado profundo de una proyección, no se agota en tal mecanismo, y es por eso que sería conveniente dejar de entrecomillar y analizar las palabras de nuestros interlocutores, mientras el fin sea el diálogo, una comunicación, un intercambio, y no la toma de consciencia.
Lo escencial aquí es que, gracias a las constantes divisiones (polaridades) que comienzan a manifestarse en las células, y más tarde -y en otro plano-, con la adquisición del lenguaje; se va construyendo una identidad o ego, que sirve como núcleo para habilitar la primera gran división, no sólo entre "yo" y "no yo", sino entre consciencia e inconsciencia.
Entonces...
Del Todo a la Parte y nacemos;
Del "no Yo" al "Yo"
Del "Yo" al "Tú"
Del "Ustedes" al "Nosotros"
Del "Nosotros" al "Todo"
... y en síntesis del espíritu al ego, y del ego al espíritu; al menos, hasta que la espiral decida llevarnos a otro plano infinito al cual no podremos acceder con un cuerpo que en sí, lleva el designio de la finitud por el hecho de dividirse.





Querramos o no, la reproducción sexual, implica necesariamente separación. Por ella venimos al mundo, y por ella nos vamos de él; pues las células se dividen para volverse a unir y formar otra vída. Esta es la diferencia entre la mitosis y la meiosis. El hecho de que una célula se reproduzca sexualmente, para lo cual necesita dividirse y unirse a otra, la destina a la polaridad primero (se conforma de una alteridad) y luego a la muerte, o como se dice astrológicamente, a cambiar tal como se la conoce: un real cambio de estado. Por ende, querer negar al ego, es querer negar la naturaleza por medio de la cual encarnamos. Negar esa instancia, es desentendernos de la participación y pertenencia al mundo natural, al cual nacemos separándonos y dividiéndonos en lo interno, para luego vivir esa división en lo externo; ya que mientras dura nuestro paso por la Tierra, precisamos de alimento, aire, sol, agua... que nos vienen de sus fuentes, y que son externas a nosotros mismos.
Cuando queremos alinearnos del lado de lo espiritual, solemos poner como manifestación de lo más bajo al señor de Wall Street, que alimenta su ego con la ambición por la materia. El problema es que desconocemos que dentro de nosotros, vive uno que, aunque casi totalmente invisible, y quizá con mucho menos dinero, ambiciona también poder, pero en su manifestación "espiritual". Quizá no podamos cambiar la realidad circundante, pero debiéramos de tener un poco de cuidado al creer que estamos alcanzando la perfección en lugar de vernos como perfectibles, divididos y polares, como lo es nuestra naturaleza. No todo lo que brilla es dios, no todo lo que se entierra es "caca". Muchas veces en el sótano está Dios, y en el cielo, va cayendo eso que alguna vez hemos escupido; como si nunca se nos fuese a caer sobre la cabeza. La eternidad va de la mano de nuestra carne. No te olvides de ninguna.


Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica

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