lunes, 21 de enero de 2013

CONSECUENCIAS DE DESCONOCER EL ENOJO -por Gabriela Borraccetti-

Puedo ser desmedida a la hora del enojo al punto de no medir distancias: extender un brazo y tirar un jarrón, meter una uña o romper una hoja. Puedo gritar del dolor y la desesperación si me siento herida, y de golpe parar y no volver a hablarte jamás. Podría ser bruta, atropellada, impulsiva; pero sé que no podría salirme de cauce sin motivo. De seguro, la sensibilidad ayuda mucho a percibir en todo, muchas más causas e implicancias que las que percibe quien está frente o en contra de mí; y por desgracia el tiempo suele demostrar que estaba en lo cierto aunque eso no me beneficie, ni me deje en un sitio de mayor sabiduría ni nada que se le parezca. Puedo ser y hacer muchas cosas de la que muchos se esconderían antes que confesar; pero la vergüenza solo invade a quien es hipócrita y se ve compelido a guardar una imagen que lo deja habitar en la mentira de una aparente calma y un orgullo tonto, que se vanagloria al dárselas de "pacífico y racional" a la hora del conflicto. Quien se enoja de verdad, no puede esconder que la sangre le hierve; salvo que esté totalmente desconectado de su ira, caso en el cual, también abruptamente, veremos como la rabia le llega desde el exterior cosa que pueda enfrentarse como en espejo, a su verdadera, completa y dual naturaleza. Enojarse debería ser algo más como caminar o comer y sólo a partir de reconocernos irascibles podemos comenzar a observar otras formas de manejar el impulso. No obstante y por desgracia, la asertividad, la furia y la cólera son la parte denostada de nuestra unicidad que extirpamos por ser motivo de escarnio, apareciendo  luego por esta causa desde el exterior.  Por supuesto que puede parecer exagerado lo que digo, sin embargo deberíamos comenzar por admitir que vivimos en extremos emocionales: o reprimimos el enojo totalmente o le damos un cauce mortal, sin remedio y sin retorno. Nos reconocemos una sociedad muy agresiva, pero no sabemos de donde proviene ese impulso tan destructivo y devastador. Aún así a nadie se le ocurriría pensar que todas las veces que debió encolerizarse y no lo hizo, ese nudo de ira se guardó en una sitio en el cual se acumula la memoria que alimenta al colectivo en el que vivimos y aunque querramos declararnos inocentes de culpa y cargo, somos tan culpables como quien lanzó el primer tiro o asestó el primer puñal que vimos en el noticiero.
Preferible un gran enojo a tiempo, aunque nos llamen locos o nos señalen; antes que seguir empachados de esa violencia indirecta, pasiva, anodina y traicionera a espaldas de todos que lleva en el murmullo de oreja a oreja el veneno de no poder estar envenenados, a la vez que siembra día a día una bomba que al explotar no puede ser menos que Hiroshima. Respeta a tu enojo tanto como respetas a tu bondad, a tu humanidad, a tu respeto y a tu paciencia. No existe ningún dios que no se cobre represalia, cuando no se le rinden los debidos honores. Y esos dioses, viven contigo y en tí, y no fuera del mundo que has decidido crear para vivir: Lo que no aceptamos como parte de nuestro ser, aparecerá como destino dándonos una bofetada desde el exterior.
-Lic. Gabriela Borraccetti-

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