miércoles, 9 de marzo de 2016

UN CUENTO DE INFANCIA SOLA: LA MANCHITA NARANJA

de Gabriela Borraccetti, el Domingo, 08 de mayo de 2011, 22:34

La puerta gigante de rejas verdes se abría por la mañana. El sol, insistente, salìa a repasar la escena una y otra vez, como testigo de una tristeza inexorable colgada de las alas de aquellos escasos dos años de edad.  Mis ojos, en cambio, no tenían  otro destino que el de mirar al suelo, buscando en aquella manchita naranja, una pregunta para hacer o una respuesta que encontrar a algo que prefería ver de lejos sin constatar. De hacerlo, corrìa el peligro de hallar la respuesta a un enigma que, después de todo, me servía de distracción para no pensar en el difìcil momento de atravesar el umbral que me llenaba de penumbras.   

En aquél camino de lajas, todas las mañanas, algo me cerraba la garganta  y  me hacía llevar el mentón al pecho al momento de cruzar aquel inmenso jardín de plantas y niños infantes. ¿Serìa  esa marca en el suelo un pétalo de malvòn naranja?, ¿o una manchita de pintura que alguna vez cayó allí, separada del resto de la lata de pintura?.  Sin saberlo por entonces, cualquiera de las dos opciones hubiese sido válida para describir aquel estado en el que,  el pétalo separado de su flor, o una mancha arrojada al suelo, se hacían eco y espejo de la angustia de quien se ve exiliado en forma velada.
Sin otro remedio que el de avanzar en una confusión firmemente sostenida a capa y espada, me deslizaba obediente y sin llorar en medio de aquella fila india de pequeños que eran màs grandes que yo; y con las manos abrazadas entre sì, evitaba palpar el abandono al que me veìa librada sin querer llamarle abandono.

Como si acelerando la escena el trago pasara invisible de pena y llanto, corría a sentarme en el siguiente espejo de aquel tronco seco que cada mañana me aguardaba silencioso sobre la arena de los juegos a los que nunca jugaba.
Mientras los minutos se hacían incontables, eternos y grises, y la pregunta acerca de la manchita naranja se sostenía en medio de miles de elucubraciones, veía a las sombras aocrtarse y hacerse mas cercanas hasta que la maestra volvía a armar su fila de pequeños indios en dirección a la salida. 

Algo de mi alma se inquietaba, al saber que en tan solo unos minutos, dejaría de pensar en el enigma anaranjado para responderme, como si alguien me lo hubiese preguntado,  que yo no había corrido la suerte de la manchita, y que a mí, por suerte, venían a buscarme para unirme a la flor o devolverme a mi latita.

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