domingo, 11 de marzo de 2018

LA FELICIDAD: un camino personal.

Recuerdo que hubo un tiempo, cuando era bastante más  joven, cuando alguien me pidió que recordara momentos felices de mi vida.

Fruncĺ los labios y el entrecejo mientras mis ojos daban vueltas apuntando a mi coronilla , aunque más no fuera para encontrar  un bosquejo de lo que pudiese ser considerado como memorable y dichoso.

No me cabía en la cabeza que no existiese en mis archivos experienciales,  registros ni viejos ni nuevos de algo que por lo menos, me hiciese arquear la comisura de los labios hacia arriba.

-No debería estar sucediendo esto, me dije. Y no sabía si el error estaba en mi apreciación de lo que era la felicidad o si realmente había tenido una vida muy dura, difícil o vana.

Pasaron los años y tomé como costumbre hacer el ejercicio de cada tanto dedicar un momento para hacer un repaso de felicidades atesoradas. Y en ese ejercitar, fui cambiando  sin darme cuenta, la definición de la felicidad, de la vida y sobre todo, la de mi misma.

Cuando en su momento había creído que no había existido ningún suceso merecedor de sonrisa, estuve en lo cierto. Por entonces, vivía pendiente de lo que dijesen y aprobasen los demás acerca de mi. Enteramente dedicada a que me quisieran antes que a querer, a ser admirada sin poder admirar a las figuras que se me presentaban como modelos, simplemente hasta archivar otro calificativo gris: el de  pesimista. 

Desde el pobre que moría en una cruz por la indiferencia del resto, pasando por las caras preocupadas de los adultos encerrados en rituales, me topaba a diario con el constante entierro de los deseos penados por la omnipotencia dios, descartados  por impracticables,  por utópicos, por imposibles y tontos, hasta tallar en piedra tal como se había hecho  con los mandamientos,  la seguridad de que todo lo que yo quisiese,  era un gran sinsentido para alguien tan poco inteligente y mal agradecido como yo.

Mis proyectos eran además poco ambiciosos, poco lucrativos y había que ir por la vida pensando en uno mismo para tener éxito. No era el arte una posibilidad: el trabajo tenía que doler y si no, ser hijo de un millonario.

Como si fuera poco, tener éxito era poseer los bolsillos llenos, ser aplaudido y ser amado por gente por la que no sentimos nada y mejor era ser amado que amar. Se sufría menos y uno era un gigante si rompía corazones.

 Eso era prueba de triunfo. Y ahí estaba yo, ya bien grandecita, durmiendo y tapando muñecos como intentando exorcizar y evadir un mundo que me parecía helado y lleno de impedimentos, rechazo y vacío  ¿Que podía recordar de bueno si todo lo que experimentaba era la lucha constante entre el afuera y mi  negativa a asistir a mi propio entierro?

Así que pensando siempre en lo terrible de morir sin un recuerdo bonito, tire al demonio todo lo que me habían hecho CREER, - obviamente sin querer-, acerca de las fórmulas para se feliz. Me ayudó el  animarme a desobedecer y en vez de morir en una oficina que odiaba para seguir la tradición de casarme, sería mejor pasar de largo e ir a la Universidad y al diván, para saber si me estaba volviendo loca o ya lo estaba y debía recuperar cordura.

Allí salieron como fantasmas, los colgajos de los guiones que se me habían hecho carne. De a poco, comencé a arrancarme  pedazos de una seguridad ficticia y de temores ancestrales. Me quité varias veces el corsé expresivo y el mote de tonta.

Fuera del consultorio, me quité el pecado, el miedo, el poder sin autoridad, el machismo, la autodescalificacion, los cliché,, la obediencia ciega, los prototipos, el terror de fallar, la parálisis del que aspira a la perfección, la ropa y el silencio.

Empecé a tener recuerdos. Pero no eran como los había imaginado: llenos de mariposas y luciérnagas, aplausos y miradas. Eran y son, cada vez más simples:

El segundo en que vi una estrella fugaz
Cuando vi a mi perra por primera vez
La flor naranja de mi jardin
El momento en que me di cuenta que ya no tenía pesadillas
El paisaje del mar, los cerros y una nube rara
La.luz que se encendió misteriosamente cuando pedí una señal
El regalo de encontrar a quien admirar
Y junto con eso, descubrir que el amor tiene mucho de admirar
Y poco de desmayos y suspiros.

En fin, descubrí que hay chispas, instantes, experiencias que se definen en un contexto mayor, que es el de encontrarse consigo mismo.

Te deseo el mejor de tus caminos: el tuyo.



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