Me detengo frente a una puerta y me hago de coraje para golpear y pedir una frazada. Tengo frío, quisiera descansar mis huesos en algún lugar. Me siento sol@ y quiero perder mi última esperanza en el momento en que digan por última vez que no. Quizá por eso busco un cobijo, cosa de confirmar que he de quedarme a la intemperie y quemar lo poco que me queda de fe.
Algo así como hacer una apuesta a la vida: si me dan el abrigo sigo aunque la luz se aleje, si no me lo dan, cruzo el puente y me atengo al miedo de lo desconocido. Golpeo, abren la puerta, me miran y no me ven ni me oyen.
Algunas veces creemos que decidimos, cuando ya no hay tiempo ni modo de darse cuenta que la decisión estaba tomada en lo profundo del alma, cuya decisión había sido cruzar aún con miedo para salir de algo que ya no podemos sostener.
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