lunes, 10 de febrero de 2014

PAGAR LAS PROPIAS FALTAS

Cuando un paciente falta a su sesión es porque tiene algún "entuerto" que solucionar y supone que lo hará faltando a su terapia excusándose por mil y un motivos que a su modo de ver, lo eximen de acudir y justifican su ausencia. ¿Por qué habría alguien de suponer que la solución de un problema excluye necesariamente al diván, si desde el momento en que decidió comenzar a hacer terapia aceptó que sus problemas no podían ser resueltos en la soledad de su mente?. Por qué incluso podría darse una suba oportuna de alguna fiebre unas horas antes de tener que ir al sillón del psicoanalista?. Pues bien, a no ser que se trate de una falta por muerte o enfermedad invalidante, -lo cual sí es justificable-, no hay motivo para no ir salvo lo que llamamos "resistencia", es decir el "temor" a encontrar que somos responsables de lo que nos sucede. Este es un esquema escueto para describir de forma aún superficial el por qué las sesiones se cobran cuando la ausencia se produce, ya que toda resistencia generaría la necesidad de huir del lugar en donde tomamos consciencia de que no existe nadie más a quien culpar de nuestros avatares. Nuestra falta no tiene por qué ser pagada por otro, y es preciso hacernos cargo de lo que hacemos, cuando lo hacemos y como lo hacemos. Por otra parte, en ese pago se mide el valor que le damos a nuestro tiempo, aprendiendo a respetarlo y a colocar los límtes a donde nos son necesarios para poder tomar referencia de nuestra interioridad. Si no fuera así, el análisis pasaría a ser una charla con un amigo postergable, modificable en tiempo, horario y duración, y dependiente también de la tolerancia que el otro nos tenga por afecto. Comenzar un análisis implica cortar el círculo vicioso de la queja y el padecimiento, y esto se logra solo ocupando el lugar que es nuestro y de nadie más teniendo ello un costo: saber que no somos lo que otro desea que seamos, sino que somos sujetos de nuestro propio deseo capaces de elegir en lugar de ser elegidos.

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