miércoles, 30 de julio de 2014

TU DICES, YO INTERPRETO

Cuantas cosas tomamos a mal por haber asociado una palabra a una connotación o ámbito despectivo?. Por ejemplo, la palabra "manipular" o "manipulador", ha quedado relegada a lo sórdido, cuando en realidad se trata de la acción sutil y precisa que se contrapone a la directa, evidente e impulsiva dirigida hacia determinado fin. Este hecho es simplemente un ejemplo más que común, y que todos podemos observar con toda claridad en este instante.  Sin embargo, este "error" se suscita cotidianamente  todo el tiempo en el momento en que dos personas entran en diálogo.  No son pocas las discusiones y desavenencias que se producen por connotar lo que alguien nos dicen,en forma negativa, respondiendo a su vez, con el tenor que creemos correspondiente, y dando así a nuestras palabras un cariz cada vez más agresivo en respuesta a lo que hemos considerado ofensivo. El problema esencial de la comunicación es que se encuentra sujeta a las asociaciones que interna e inconscientemente hayamos establecido entre las emociones y el lenguaje, encontrándonos condicionados a percibir del otro algo que llevamos dentro como una herida o como una cualidad. Para quien ya han recorrido el camino de desandar sus imágenes y autoimágenes negatias, existirá la posibilidad de no caer en un círculo de retroalimentación negartiva; sin embargo,  quien no sana sus heridas, va sintiendo que el mundo a su paso lo lastima. El gran avance que realiza aquél que se suelta de los condicionamientos pasados, radica en poder cobrar perspectiva, y salirse de un círculo de agresiones percibidas y devueltas. Una vez afuera,  la escalada del insulto, la agresión y la ofensa, cede su paso a una espiral bastante más amorosa que lejos de lastimar, nos sana y nos coloca en un estado de armonía. Estar atentos al momento en que nos ofendemos, puede abrirnos la puerta de una comprensión mayor acerca de quienes creemos que somos.