miércoles, 16 de abril de 2014

QUIEN ESTÉ LIBRE DEL SISTEMA, QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA: EL FRACASO DE LAS RELACIONES - por Gabriela Borraccetti-

Al comenzar a leer este artículo, creerás que se trata de algo feminista, o que habla solo de las relaciones entre el hombre y la mujer. Ten un poco de paciencia y léelo hasta el final, y quizá encuentres una respuesta.

Algunas que ya cruzamos los 40 hace rato, -antes y después de esa edad también-, escuchábamos como consejo cuando estábamos muertas de amor por alguien un lapidario "hacete rogar".
Que?
Como?
Soy como una diosa?
Soy de otro mundo?
Soy una santa como para que me rueguen?

Entonces, que es una pareja?
-Una relación de superior a inferior?
-Un forzamiento de la identidad?
-Fingir lo que uno no siente?
-Convertirse en OBJETO de adoración?
-Un juego histérico?
-Es que paridad, pareja no quiere decir algo así como de igual a igual?

Con el tiempo la cosa parece no haber resultado, porque la que se hacía rogar terminaba descubriendo que ese no era el mejor de los consejos para asegurarse más que una victoria pírrica, basada en un fingimiento, y una constante barrera para ser genuinas y dejar salir en libertad al corazón para enfrentarse a la aceptación o al rechazo, pero al menos, conocer la verdad.

Había que jugar el papel de una virgen inmaculada que no se vende a cualquiera, cuando se supone que ese otro no era cualquiera para nosotros, y equivocadas o no respecto de la valoración que hacíamos ese partenaire, se nos escapaba la oportunidad de desenmascarar de entrada y sin dilación, quienes eramos realmente tú y yo.

Mientras nosotras jugábamos a "no regalarnos", ellos buscaban satisfacción por otros lares, llevando en la cabeza un hermoso par de cuernos que luego nos podíamos arrancar solo con lágrimas y victimización: Yo!!!!!!!!!, la que te dí los mejores años de mi vida, la que te parió los hijos, la que estuvo con vos y cumplió con todo lo que querías. Atorrante!.
Los hombres eran los malos, nosotras... santas.


Por este motivo, -y como suele suceder con todo lo que se fuerza-, nos fuimos a la vereda de enfrente y algunas veces sin ningún otro sustento que el de probar una nueva estrategia. Nos "liberamos" por hartazgo de la Santa y nos convertimos en Putas, hallando a su vez la otra cara de la moneda: los prejuicios de ellos que incrustados en un cerebro machista, calificaba a una mujer bajo los criterios de "esta no será la madre de mis hijos".


Como sucede en un alma femenina frustrada, venían otra vez las lágrimas, porque además ahora pendía de nuestras cabezas y nuestra sexualidad, un descalificativo que nos encadenaba a un corrillo constante típicamente masculino que reforzaba el ego de quien consigue con el sexo un trofeo: "esa es una fácil".


El dolor nos atravesaba ahora por ser nuevamente objeto, pero de otra manera: expuesta, vejatoria, y condenatoria que terminaba abrevando en el "son todos iguales" y en un cada vez más fuerte grito de desvalorización, hiciese lo que se hiciese.
Con toda la bronca y el rencor, nos repetimos muchas veces la frase de que al final es preferible ser "la otra", así no me como los cuernos de la pobre fiel, ni el mote de puta, porque es el lugar ideal para ser amadas y no ser ciegas. Este fué el argumento que fortaleció las defensas contra el daño que se producía en el alma.


En síntesis, de un lado y del otro, con una u otra estrategia la palabra común al desdén de no ser, es el convertise en OBJETO.


EN QUE QUEDAMOS?. Nos preguntábamos. Y respondíamos con el "todos son iguales", cayendo así en una total falta de discriminación o en una minuciosa investigación que pretendía saber con quien estábamos dando, cosa de resguardarnos de lo imposible: fracasar en el intento.

El acento de quien es objeto, siempre cae afuera: todo depende de quien sea el otro.

Y Yo?, yo no tengo nada que ver.


ENTONCES?, DE QUIEN ES EL GRAN BONETE?.


Cambiamos todo: tácticas, estrategias y máscaras, y nosotras nos olvidamos que somos tanto santas, como putas, madres, amantes, vengativas, compasivas, comprensivas hasta lo incomprensible y crueles hasta el desprecio por nuestra propia mismidad y totalidad; es decir, receptoras del mismo desprecio del que éramos objeto y víctimas gracias a esa visión fraudulenta que encasilla a la mujer a un solo papel y le quita la posibilidad de conocer lo que significa ser UNA MISMA.


Como nada se detiene, las horas, los días, los años, las generaciones siguieron corriendo hasta llegar al punto de imitar en una supuesta igualdad, la conducta masculina en una sociedad con modelos falocéntricos: asumimos el mando, tiramos al demonio la receptividad, nos convertimos en profesionales, gerentes, presidentas, laburantes, paraollas, cuerneadoras profesionales, -en eso somos mucho mejores porque aprendimos muy bien de nuestros maestros pero le agregamos la cara de pócker-, pisoteando todo lo que nos distingue como féminas.

Desde nuestra contextura física, nuestro receptivo útero, nuestra carne blanda, nuestra ternura, comenzamos a intentar disfrazarnos de mujeres de hierro: menos siento, menos sufro, más poder, mayor control y dominio. A mí no me pisás más, desgraciado!, -se oía en nuestro interior-. Y allí fué el hombre el que empezó con el cantito y el dolor de no encontrar alguien que los quiera por lo que son; siempre interesadas, siempre frías, solo les interesa tu billetera, billetera mata galán, etc., depositando ahora sus "traumas", en la explicación que se daban para justificar el desamor.

Cada vez más, y como comprobante de lo que digo, ellos comenzaron a echar mano hasta de las cirugías estéticas, queriendo modificar los exigentes parámetros de armonía, equilibrio y belleza que nos habían impuesto a nosotras, para ahora pasar a ser ellos las víctimas de un régimen e incluso una dieta, que era impuesta por una mujer más poderosa, y por un sistema de expoliación de lo genuino. 

Los nuevos parámetros afectaron lazos, vínculos y relaciones de modo tal, que hasta para conseguir un trabajo, había que pesar 50 kilos, lucir como una jovencita nosotras y como el muñeco Kent de la Barbie ellos, sin importar el currículum y la experiencia, salvo la apariencia, y como robots o maniquíes de exposición, se nos empezó a tratar como material descartable, del mismo que usa un cirujano para convertir a una persona única en un "prototipo". No obstante, el problema es que nunca un prototipo es un ser genuino. Y esta vez estabamos los dos, ella y él, bajo el mismo régimen de imposiciones. Comenzamos sin saberlo, a transformarnos en una máquina que ni bien envejece un poco se reeemplaza por un modelo más nuevo, del mismo modo en que ahora tiramos un celular por las exigencias del mercado que fabrica descartables para que llegado el momento, debamos arrojarlo a una montaña de contaminación para consumir otro supuestamente mejor pero más endeble, del mismo modo en que te dejan sin salario y presciden de tus servicios porque afuera "hay miles como vos que pueden ocupar tu puesto". Fuimos de a poco arrastrados en nuestra totalidad por el mismo mercado que actualmente rige las relaciones de todo tipo, y el que sigue enterrando bajo capas de lo que no se es, a lo que se es verdaderamente, vendiéndonos bajo la palabra "libertad", "igualdad", "atractivo", "deseable", todo aquello que nos esclaviza y nos coloca en situación de abandonar nuestra verdadera escencia para padecer total desigualdad e injusticia. Se pregona una igualdad igualmente forzada, -como al principio fué forzada la de la mujer-, que tiró a los viejos a la basura, a los abuelos los colocó en el lugar de los cuidadores, a los jóvenes en los mandamás de gente con experiencia, a los padres en lugar de "generadores", a los docentes en lugar de educadores, a la experiencia en lugar de vasallo, y al poder en lugar de la experiencia, y en general a todos en un lugar de "sálvese quien pueda".
Bajo los escombros de tanta mentira grita nuestro SI MISMO:
-Escúchame!!!!!!!!!!!!!!!
Y nosotros respondemos:
-No puedo!!!!!!!!!!.
La obligación reemplazó a la responsabilidad. Tenemos hijos pero otros deben hacerse cargo.
La Barbie no puede ni ver a Kent, ni Kent a la Barbie, porque formar una familia es un problema, un costo, un balance que tiene todo puesto en manos de un otro que ni siquiera es quien nos paga el sueldo, sino de algo que se transformó en un SISTEMA de vida. Por supuesto la mujer que acostumbrada a ello desde siempre, fué la que mejor, -y por desgracia-, se adaptó, y pudiendo manejar varias cosas a la vez, creyó realizarse en lugar de sentirse más eclava. Eso sí, al costo de no conocer que le sucede al hijo, y turnándose con la pareja para ir a la escuela para gritar al docente la culpa de que su hijo no haga los deberes, se emborrache y no tenga donde ir gracias a que ellos tienen que ir trabajar. Oh!, incomprensible maestro!
Lindo panorama.
Si sigo escribiendo el artículo, puedo llegar a desarrollar un libro, puesto que por más que nos creamos iluminados, libres, conscientes, igualitarios e inteligentes, estamos atrapados en algo que NO SOMOS ni sirve. Le gritamos al sistema, pero seguimos en él porque ya no sabemos quienes somos. Lo olvidamos hace rato en la profundidad de los prejuicios que cambiamos por valores.
Por otra parte, no apunto a que la madre se quede en casa y el padre salga a trabajar. Se trata de ser OBJETOS, y esto cada uno lo vive en una o varias esferas diferentes. El pasaje de OBJETO a SUJETO, es eso que podría romper con lo que ya no va. Romper con las máscaras, romper con el autoengaño, romper con forzamientos autoimpuestos que dieron pié a que luego nos lo impongan masivamente desde afuera, y romper con modelos preestablecidos, cualquiera fueren, que nos permitan SER:
-en lugar de tener
-de parecer
-de padecer, y de tantos otros engaños que buscando el crecimiento nos dejan enanos. -G. Borraccetti-